viernes, 6 de febrero de 2009

Escenas matritenses

Las entradas que encabezo con la denominación “Escenas matritenses” pretenden ser una crónica personal de los conciertos de cámara en Madrid. No trato de hacer crítica musical porque es un género que me asusta y porque, además, no es necesario. Me explico: mientras contemos con la crítica minuciosa e informada de Juan Krakenberger en Mundo Clásico (www.mundoclasico.com), es inútil todo esfuerzo en ese campo. Sin embargo, don Juan sólo comenta los conciertos del Liceo de Cámara y de la Escuela Reina Sofía/Instituto Internacional de Música de Cámara y yo acabo de llegar de un concierto del que me gustaría decir unas palabritas.

Tenía preparado para esta edición de “Escenas matritenses” hablar de tres veladas camerísticas. La primera, celebrada el lejano 20 de enero, trajo al Liceo al Cuarteto Kuss y la soprano Mojca Erdmann. Otro concierto accidentado en el ciclo de CajaMadrid. Dos artistas anunciados fueron sustituidos –la soprano Claron McFadden y el violonchelista del cuarteto- y el programa tuvo que ser parcialmente modificado. En cualquier caso, les quedó muy bonito y muy moderno: madrigales de Gesualdo mezclados con piezas de Harrison Birtwistle, un cuarteto de Mendelssohn y canciones del mismo revisitadas por Aribert Reimann.
La segunda sesión fue el concierto de los alumnos de Márta Gulyás, profesora de grupos de cámara con piano en la ESMRS. No me cansaré de recomendar las audiciones y conciertos de ESMRS/IIMCM: bueno, bonito y… gratis.

Pero lo que me ha empujado a sentarme esta noche frente al ordenador es la velada que aún está fresca en mis oídos. Sitúense: Teatro Real, Sala Gayarre, Ciclo Igor Stravinski, Solistas de la Orquesta Sinfónica de Madrid, 15 euros. Para los que no conozcan la Sala Gayarre, es una sala de cámara, inaugurada hace un par de temporadas, detrás del gallinero del Real. Reconozcamos que la acústica es “especial”; además de un motorcito que acompaña constantemente la interpretación -¿el aire acondicionado?-, no se oye la música sino una radiografía de la misma. Así que, si el grupo que toca no tiene una sólida estructura ósea, la cosa se pone complicada.
Sin embargo la sala no justifica lo ocurrido en ella esta noche. Desgana, desafinaciones, desajustes rítmicos, falta de seriedad… como pocas veces antes, me he sentido estafado. ¿He escuchado cosas peores? Sí, pero pocas pagando 15 euros y formando parte de la programación de una institución como el Teatro Real.
Para ser justo, hubo alguna que otra intervención -de clarinete especialmente- que mostraba ganas de hacer música pero el género camerístico no va de eso. En la última de las obras, el quinteto para piano y vientos de Rimsky-Korsakov, mi único entretenimiento era contar cuántas notas se comía la pianista cada vez que pasaba la página. Hasta en las audiciones de las academias más humildes se cuida un aspecto así.
Visto el sentido de la responsabilidad artística de los solistas de la Orquesta Sinfónica, ya se explica uno lo que sale del foso en la temporada operística del Real.
Perdonad este desahogo pero me han mosqueado una barbaridad.
P.S.: he dejado reposar unas horas este escrito para leerlo con más calma. Finalmente me decido a publicarlo como estaba porque lo sigo suscribiendo en su totalidad.

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