Acabo de leer Una música constante. Hace años, algunos amigos que conocen mi afición por la música de cámara, me la recomendaron. No les hice caso. No me suele convencer la ficción sobre temas musicales. Sin embargo, en un momento de debilidad, comencé a leer la novela de Vikram Seth.
Recuerdo un ensayo de Baroja (¿o era el prólogo de un libro de relatos?) en el que autor explica cómo, en el mundo moderno, no se disponía de tiempo para la novela. Según el autor, la narración larga era apropiada de las largas tardes de ocio decimonónicas. Las mil ocupaciones de la vida contemporánea -y escribía en los años veinte- casaban mal con la cadencia del género.
Hay muchos tipos de vida. Incluso en la de un solo individuo. Leí la primera mitad de Una música constante en un fin de semana, con la calma suficiente para dejarme llevar por el ritmo sencillo, pausado, de su prosa. Terminé la novela en el metro, atropelladamente. Me he alegrado de acabarla.
En el fondo del libro, hay una trágica historia de amor que no me convence. Tampoco tengo un gran criterio porque no estoy habituado a leer este tipo de narraciones. Prefiero las novelas en las que no pasa nada. Por eso leo diarios de escritores y novelas de misterio.
Sin embargo, el paisaje del drama resulta, por momentos, conmovedor. El protagonista es segundo violín de un cuarteto y la vida del grupo (sus actividades, sus relaciones, sus ensayos...) parecen desprender mucha realidad. Cuando la historia amorosa lo permite, el autor transmite además una pasión sincera por la gran música.
Podría recomendarla.
Me gusta el párrafo final. Aquí lo copio:
La música, esa música, ya es bastante. ¿Por qué buscar la felicidad?, ¿por qué esperar no sufrir? Ya es bastante, ya es bastante bendición vivir un día tras otro y oír esa música -no en exceso, el alma no podría soportarlo- de vez en cuando.
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